Una tarde de verano mi
familia, mi tío Juan y yo fuimos a pasear, hicimos un sendero por
un camino muy bonito. Cuando volvíamos, de pronto mi tío empezó a
temblar y se cayó al suelo nos asustamos bastantes, como teníamos
los móviles llamamos a una ambulancia. Cuando el médico lo
reconoció no sabía lo que le ocurría. Lo llevaron al hospital y lo
ingresaron después de hacerle unos análisis. Todos los días
íbamos a visitarlo, hasta que un día nos llamó nuestra tía y nos
dijo que le habían dado el alta, nos alegramos porque pensábamos
que ya sabían lo que tenía y se iba a curar. Cuando mi tía nos
contó que no sabían lo que le pasaba, se nos quitó la sonrisa de
la cara. Fuimos a su casa a visitarlo y nos dijo que no podría
moverse hasta que le averiguaran la enfermedad, que tendría que
estar en la cama varios días , incluso meses. Me puse triste porque
él me enseño muchos caminos y rutas, también muchas cosas del
campo. Pero yo pensaba que se pondría bien, seguro que seguiríamos
haciendo esos caminos y riendo con los chistes y anécdotas que nos
contaba cuando le decíamos que estábamos cansados para no seguir
andando, siempre tenía una sonrisa en la cara y una palabra bonita
para animarnos a seguir, lo echaba de menos. Toda la familia nos
negamos a salir desde que él estaba enfermo, no había camino que
no nos recordara.
Algunas tardes cuando iba
a visitarlo, como me veía muy triste, me decía que pronto haríamos
una ruta hasta el pantano donde iríamos solamente él y yo, me
contaría el día que su padre lo llevó la primera vez hacer esa
ruta.
Una tarde al salir de
clase, en la que llovía mucho y el cielo estaba oscuro, camino de mi
casa me encontré a mis padres y hermanos esperándome en la puerta
de mi casa muy triste y llorando, no sabían como decirme que mi tío
Juan se había ido solo hacer su última ruta, una ruta hacia el
cielo, una ruta de la que ya nunca volvería.
Cuando los médicos le
hicieron la autopsia descubrieron que lo suyo había sido una
infección, que ellos no habían visto.
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